Al despertar se nos abre nuevamente los sentidos y podemos contemplar todas las maravillas que Dios nos da para que podamos ser felices.
Pero quizá no siempre ni todos los días despertamos al amor de Dios, porque nos quedamos enfrascados en los remordimientos, en los sufrimientos tanto del pasado como del futuro, o el miedo a lo que vendrá, pero la vida se nos da como el maná, solo para cada día. Todos los días son un desafío para asumirlo con los retos del presente en medio de las crisis, de las angustias, de las espinas. Hay que vivir cada día y asumirlo cerrando ciclos del pasado que muchas veces nos agobian y hacen de nuestras vidas un fracaso, quedándonos en sufrimientos que nos impiden sanar heridas y vivir en la libertad de los hijos redimidos por aquél que nos dio vida nueva con su muerte y resurrección.
Despertar cada día es tomar conciencia de ese presente, de ese instante en que somos amados por Dios, que nos ama con amor eterno, y descubrimos que todo es don de Dios, que todo es una caricia de su amor.
Despertar cada día es conectar nuestra alma a lo trascendente, conectarse con Dios, y percibir lo relativo de la criatura, lo pasajero que es este mundo.
Despertar cada día es saber que estamos en el mundo pero que no somos de este mundo, que estamos de viaje, que somos peregrinos, que somos forasteros en patria extraña.
Despertar cada día es conocer desde la fe mi pequeñez y la grandeza del amor de Dios.
Despierta a éste nuevo día, querido oyente, y estrénalo, porque realmente es un nuevo día con toda su grandeza, con todo su esplendor, descubriendo en las próximas horas la caricia de Dios y el milagro que es ESTAR VIVO. Ánimo y adelante, Dios está contigo. ¡ DIOS NO HA MUERTO ¡