1. Cuando nuestras manos se acerquen al pobre, al que sufre y espera, cuando lo toquen, háganlo con respeto, porque no tocan una cosa, sino un lugar sagrado, un sacramento doliente dotado de eminente dignidad.
2. Las manos deben manifestar humildad y agradecimiento, porque no se sienten dignas de prestar ese servicio. Y deben pedir perdón por no haberlo hecho antes y porque no saben hacerlo bien. Naturalmente, nunca pedirán nada a cambio, ninguna ventaja material ni afectiva, ni siquiera espiritual. Sería una profanación del amor cuya única recompensa es poder amar.
3. Si quieres curar al pobre, déjate también curar por él y así la caridad es compartida, con viaje de ida y vuelta. “Los pobres son médicos de nuestras llagas y las manos que nos extienden son remedios que nos dan” (Fr. Luis de Granada).
4. Que tus manos tengan ojos y oídos para que puedan ver y puedan oír, que puedan ver y oír todo lo que sufren, lo que esperan y lo que verdaderamente necesitan las personas a quienes sirven. No vayas a hacer un servicio que no sirve para nada. Quizá el mejor servicio sea el de la presencia y la cercanía. Y mejor que dar cosas, dar capacidades y oportunidades.
5. Tiende tus manos al caído y levanta del polvo al marginado, que no se contente con las migajas de tu mesa, sino que pueda sentarse con dignidad a la mesa de la creación; pero lavándole antes los pies y las manos; siempre así, de abajo arriba, la mano fuerte y amiga.
6. Da la mano al pobre para acompañarle en su camino liberador, hasta que deje de ser pobre y dependiente, hasta que sea persona participativa y creativa. Es un camino largo, y que pasa siempre por la cruz. Porque “sin nuestro sufrimiento, nuestra tarea no diferiría de la asistencia social” (M. Teresa de Calcuta).
7. No retrasen tus manos la ayuda porque hace mucho que te esperan, porque “la hora de la acción ha sonado ya” (Pablo VI, PP, 80). Deprisa, “como quien correa a apagar un incendio” (S. Vicente de Paúl). “Las obras de caridad son las únicas que no admiten demora. Nada se interponga entre tu propósito y su realización” (S. Gregorio Nacianceno).
8. Que tus manos se conviertan en la oración y profecía. Oración, porque el sufrimiento es excesivo, nos supera. El voluntario cristiano “escucha los gemidos sin palabras de quienes han sido silenciados y suma su clamor al lamento apagado de quienes sufren” (Reflexiones identidad Cáritas 3.2). Pero hay también profecía. Hemos de “denunciar de manera profética toda forma de pobreza y opresión” Sínodo extraordinario de obispos).
Cada denuncia nos tiene que comprometer y nos tiene que doler.
9. Ofrece tus manos doloridas y acepta que puedan ser traspasadas, como las de nuestro Señor Jesucristo. La mejor respuesta al dolor es compartirlo, como hizo nuestro Señor Jesucristo. La mejor manera de ayudar a los pobres es hacerse pobre como nuestro Señor Jesucristo. (Cf. 2 Co 8.9). ¡Que pronto se hace pobre el que ama!.
10. Tus manos siempre unidas, no trabajen por su cuenta. Es el valor de la colaboración y la coordinación, es el sacramento de la comunidad y la comunión. Trabajando juntos con las manos bien unidas, sus dedos bien coordinados, es como podemos abrirnos a los sueños y la esperanza, que “en esperanza fuimos salvados” (Rm 8,24). Lo nuestro es siempre una sementera, pero con semillas de Pascua.