Debe prolongarse la vida humana independientemente de su calidad.
Hasta cuando alargar un proceso de dolor y de muerte?
Vivimos en un mundo donde la cultura de la muerte prima. El afán de tener sobresale sobre el afán de ser. La deshumanización y la despersonalización nos están llevando a desconocer que la Vida en todo su desarrollo, desde su inicio hasta su culminación, es SAGRADA, e inviolable en todas sus fases y situaciones. Un ser humano nunca pierde su dignidad, sea cual fuere la condición física, mental y relacional en que se encuentre.
Por tanto, los que están muriendo merecen y exigen el respeto incondicional que se debe a toda persona humana.
Nunca como en la proximidad de la muerte y en la misma muerte se debe celebrar y exaltar la vida. Esta debe respetarse plenamente, protegerse y asistirse, también en quien vive su fin natural.
Cuando el médico es consciente de que ya no es posible impedir la muerte del paciente y de que el único resultado del tratamiento terapéutico intensivo seria añadir más sufrimiento al sufrimiento, debe reconocer los límites de la ciencia médica y de su intervención personal y aceptar el carácter inevitable e inminente de la muerte.
El respeto por la persona que experimenta el proceso de la muerte, exige más que nunca, la obligación de evitar todo tipo de “obstinación terapéutica¨ y de favorecer la aceptación de la muerte. Un médico que conoce el valor sagrado de la vida y el equipo de profesionales de la salud, deben seguir aplicando con atención y eficacia la llamada ¨terapia proporcionada y tratamientos paliativos”.
Recordemos el art. 17 de la ley 23 de 1981: ¨La cronicidad o incurabilidad de la enfermedad no constituye motivo para que el médico prive de asistencia a un paciente.
Y también el artículo 13 de la misma ley dice: ¨El médico usara los métodos y medicamentos a su disposición o alcance, mientras subsista la esperanza de aliviar o curar la enfermedad.
Cuando exista diagnostico de muerte cerebral, no es su obligación mantener el funcionamiento de otros órganos o aparatos por medios artificiales¨
Hay que rescatar el valor sagrado del SER – PERSONA HUMANA, SOBRE TODO EN EL MOMENTO DE SU MUERTE, en un mundo en el que existen tantas formas de nacer y de morir. Es importante dejar muy en claro nuestra convicción ética: ¨NO SE TRATA DE ABREVIAR LA VIDA: TAMPOCO DE PROLONGARLA INULTIMENTE, SINO DE CUIDARLA CON ARTE Y TERNURA, utilizando la ciencia del dolor y del sufrimiento humano hasta el límite de nuestras posibilidades, respetando siempre la persona en situación de vulnerabilidad extrema, debido a la enfermedad crónica o ante la inminencia de despedirse de la vida.
Una cosa es dejar morir, y otra es hacer morir.
Como Iglesia que defiende la Vida humana, invitamos a los legisladores y a todas las instituciones, a rechazar la legalización y la despenalización de la práctica de la eutanasia y de la muerte asistida. La aceptación legal de la muerte voluntaria de un miembro de la sociedad por parte de otro, pervertiría de raíz uno de los principios fundamentales de la convivencia civil.
Vale la pena recordar uno de los apartes del Juramento aprobado por la Convención de Ginebra de la Asociación Medica Mundial:
¨Prometo solemnemente consagrar mi vida al servicio de la humanidad…¨
¨Velar con sumo interés y respeto por la vida humana, desde el momento de la concepción y, aún bajo amenaza, no emplear mis conocimientos médicos para contravenir las leyes humanas¨.
No hay que olvidar que el cristiano ve en el sufrimiento y en su propia muerte la posibilidad de unirse íntimamente al sufrimiento y muerte de Cristo, que murió y resucito por nosotros.