Como quien se juega todo a una carta ganadora. Como quien apura todo al rojo con el puño apretado. Como quien apuesta hasta el coche nuevo rezando a los cielos. Había que jugársela. Miles de coches, centenares de motocicletas, camiones en mitad de la calzada, una espantosa acumulación de agua estancada en mitad de la autovía y constantes semáforos estropeados en cualquier esquina. Pero había que pasar por esa calle sí o sí. Lanzarse a la suerte de un cruce de tráfico en Bogotá, debería ser computable con la medalla de oro en saltos de trampolín olímpico. Indescriptible. Es más sencillo acabar ganando el metal más preciado del planeta en la práctica más respetada, que intentar abrirse paso en el manantial de ruidos, golpes, gritos y algún que otro malhumorado que puede salir corriendo a tu paso. Y si la misión en este caso era acceder a la calle principal del estadio El Campín a dos horas del inicio del Clásico Bogotano entre Millonarios y Santa Fe, la odisea era… casi imposible. Se consiguió con paciencia y ayuda policial para quienes íbamos a cubrir un reportaje especial rodeado de grandes personajes que acudían a disfrutar del evento.
Pese al caos absoluto y después de haber vivido en primera persona la semana del partido más importante del fútbol en la capital colombiana, puedo decir sin duda, que dentro, en el estadio, nunca vi un público, un ambiente o un sentimiento parecido en todo el mundo. Un colorido que viste cada butaca de impulsos a su equipo, un desconsuelo devastador cuando caen goles rivales y un éxtasis atronador cuando las redes acogen la pelota de los tuyos. “No paran ni un instante. Es increíble. No puedo ni escucharte”. Esas son las pocas palabras que recuerdo haber repetido hasta la saciedad en los noventa minutos de aquél partido porque era absolutamente imposible pronunciar cualquier otra ante el constante apoyo, ánimo y cánticos de los diferentes grupos de aficionados dispersados por el estadio. No sorprende recordar que allí se batió el record del tifo más grande de la historia del fútbol (que bordeó de punta a punta el estadio y recibió el nombre de ‘Anaconda’). Era cierto. Era único. Una forma de ser, de vivir, de soñar. Tan importante para ellos era la representación de una victoria ante el máximo rival, como disfrutar de una derrota de mismo semanas más tarde. Quieren ver perder al vecino y se empeñan en ello con todo el pulso que tienen. Era una fiesta del fútbol en toda regla. Quedé fascinado. Bogotá es fútbol puro llevado al corazón, a la personalidad, al arraigo y, desde luego, al límite de lo pasional. Como Cali, como Medellín, como Barranquilla… toda Colombia es fútbol.
Entre tanta animosidad, nunca faltó una lastimosa ‘cara B’. Pese a las reticencias y muy desgraciadamente para un deporte que le aporta tanto, el fútbol colombiano arrastra una interminable lista de caóticos recuerdos con nombres y apellidos que ya no están. El sentimiento patrio que absorbe por completo a cada ciudadano cafetero cuando su selección entona el himno nacional, es una muestra absolutamente clara de la fuerza con la que se asumen las cuestiones que uno considera propias, en este país. No hay nada igual. Ese día, Colombia es amarilla. Pero amarilla en la calle, en el taxi, en la oficina, en el banco… (lo he podido comprobar). Es cierto que existen diferencias sustanciales entre un sano nacionalismo y el patrioterismo básico de quienes sí avergüenzas al resto, pero queda demostrado a gran escala con el ‘equipo de todos’, que al final el sentimiento de ilusión, esperanza y lucha, queda reservado a símbolos elementales: una bandera, un escudo, un himno, unos colores determinados… No es exclusivo de Colombia el cariño y amor a la patria, desde luego, pero sí es allí donde lamentablemente ha quedado demostrado cómo un símbolo, un simple elemento que te une respecto a millones de símiles en torno a un deporte, es capaz de resumir todo aquello por lo cual muchos están dispuestos a matar. Ejemplos constantes. Los más bruscos y difíciles de analizar, los que se amontonan durante los partidos de la selección cafetera. Durante los cuatro partidos que ganó Colombia en el Mundial de 2014, se presentaron una veintena de muertos. Además, numerosos heridos en más de 3.000 polémicas callejeras. Un hecho, por desgracia no aislado, que suscita una honda reflexión ciudadana.
Si en una celebración nacional, la ilusión acaba con caos, mucho más sencillo es asumir que semana tras semana en los campeonatos ligueros de cada ciudad, comarca o picadito de barrio, se agolpen personajes que alimentan estos desastrosos acontecimientos. Personas capaces de matar. Matar por el que no va al mismo estadio que tú. Matar por el que no viste como tú. Matar por el que no alienta al que tú. A matar, simplemente, por tener los mismos ideales que tú (pasión, esperanza, alegría…), pero con diferente corazón-destino-jugador. Todo, basado en la intransigencia, intolerancia, insolidaridad, irracionalidad y violencia. Y todos, amparados por estamentos incapaces de contemplar su ausencia definitiva de este mundo y excusándose bajo la enormidad de un fútbol que se siente decepcionado. “Esos no me representan”, grita desconsolado. De vez en cuando, algún alma caritativa se asoma, le ve dolido, enfermo e intenta levantarlo. En la alocada Bogotá y en la pasional Colombia, quien más luchó por separar fútbol de extorsión, muertes de estadios y pasión de violentos, fue, es y será el Padre Alirio. Él, llevó su experiencia a la pelota para separarla de quienes la usan como vehículo de sus problemas. Él, como todos, solo quiere disfrutar de ‘Goles en Paz’.
01Bogotá: Millonarios y Santa Fe
Un total de catorce clubes saben lo que es levantar algún título liguero nacional en la historia del fútbol profesional colombiano. Una cifra bastante alta, lo que evidencia altibajos en aquellos teóricos gigantes, equidad por mantenerse en la élite y muchas sorpresas a lo largo de los más de 75 años de goles que acompañan sus partidos. Atlético Nacional y Millonarios (14), América de Cali (13), Deportivo Cali e Independiente Santa Fe (8), son los más campeonísimos. Todos, por conseguir una ‘estrella’ (denominación utilizada en Colombia para bautizar al campeón de cada temporada) y todos, por representar de igual manera al fútbol cafetero a nivel internacional en la Copa Libertadores. Esa grandeza, la de ser el color colombiano a ojos del continente en la competición más atractiva para quienes divisan desde más allá de América, no ha sido sin embargo una tarea fácil. Pese a tantos campeones y tantas grandes etapas de clubes históricos colombianos, solo Atlético Nacional en 1989 y el mucho menos afamado Once Caldas en 2004, pudieron colocar su nombre y el de su país en los altares del fútbol americano.
Tantos campeones nacionales y tan pocas noches de oro en su hábitat internacional, demuestran que son muchos los clubes que, con un buen desempeño concreto, han podido optar a la gloria nacional sin sobrepasar esa línea. Una clara representación de buen nivel medio de su fútbol y de la tan variada demanda de grandes clubes distribuidos por todo el país (a excepción del sureste, donde la amazonia evita la proliferación de practicantes futbolísticos de nivel). Sin embargo, pese a haber tenido campeones en cada latitud del país, la gran masa, la gran pasión, la gran energía y, sobre todo, el gran Clásico lo disputan en la caótica y gigantesca Bogotá: Millonarios y Santa Fe.
Un hincha santafesino diría que ellos fueron los primeros campeones del fútbol profesional en el país, que representan el equipo de la garra, del león, del talante y que, desde luego, ha logrado actualizar sus éxitos debido a una gran política regenerativa que le permite además competir a gran nivel en la escena internacional cuando su historia, al menos durante grandes y largas décadas, no fue así: “Debe haber pocos clubes en el mundo con una hinchada que empuje tanto hasta el final. Yo estoy seguro que debió dar muchos puntos al equipo. Cuando yo jugaba, marcábamos muchos goles al final porque no nos dejaban de animar jamás”, recuerda Alfonso Cañón, máximo goleador histórico de Independiente Santa Fe (146 goles). “Cada semestre, cada torneo, a uno lo decepcionan. Promete que no va a volver, Pero arranca un nuevo torneo y allí está de nuevo. No hay manera”, recalcan sus hinchas a la puerta del estadio cada semana.
Y un hincha millonario diría que ellos fueron el mejor equipo del mundo en los años 50, cuando debido a la huelga de futbolistas de Argentina, su ejemplar presidente Alfonso Senior fue capaz de llevarse a los mejores jugadores del momento. Ese fútbol que jamás se volvió a repetir en calidad y talento en sus canchas, reunió en los azulones a Pedernera y Di Stéfano, alcanzando no solo varios campeonatos consecutivos, sino incluso venciendo al Real Madrid en diversas giras europeas (lo que provocó finalmente que La Saeta Rubia acabara firmando por los blancos) dada la magnitud que habían alcanzado sus triunfos. No les falta razón. Durante algunos años, o al menos meses, fueron los mejores del planeta. Pero aquello quedó tan en el olvido para los más jóvenes, que vivir del recuerdo durante décadas, acabó generando una sensación de presión que acompañó a las generaciones de hinchas renovados. Aquello acabó fabricando una afición potente, poderosa y fiel. “Yo he ido a partidos un domingo a última hora del día, lloviendo y como últimos clasificados del campeonato. Y allí no faltaba nadie. Estaban todos. Y si yo no iba, mi hijo, que me recuerda ese aliento cada día, me empuja y me hace despertar del letargo”, recuerda Juan Roberto Vargas, uno de los integrantes de diversos grupos de aficionados del club conocido como el de mayor apoyo del país. “El verdadero hincha está en las buenas y en las malas”, dice, aunque ironiza: “Si, hermano… ¿Pero por qué todas son malas?…”. Son los dos mejores equipos de Bogotá, de lejos, pero de lejos. De cerca, ya no tanto…
Sin embargo, si uno sigue la actualidad del fútbol colombiano y bogotano en concreto, desde el exterior, la realidad es que ambos clubes son mucho más parecidos de lo que les gustaría reconocer a ambos. Es como la viuda que perdió a su marido hace 35 años. Ya sufrió tanto y lo pasó tan mal, que ya no sabe ni llorar, que ya no sabe ni quejarse… Ambos dejaron de sufrir, al menos de manera trágica y alocada, en 2012, pues primero uno y después el ‘vecino’, ese año acabó siendo útil y óptimo para los dos rivales bogotanos, pues ambos salieron campeones. Independiente Santa Fe en el Apertura y Millonarios en el Finalización. Se acabó el sudor. Prosiguió la rivalidad. Esa, jamás les abandonará. Ésa, por desgracia, les ha unido más que nunca en satíricos y mortales recuerdos.
02El fútbol, una excusa para ‘su’ guerra
Un grupo de barras inició una reyerta en una fiesta que acabó con final trágico”. “Hay una recompensa de 15 millones de pesos para quien nos facilite pistas”. “El director de la Policía Nacional, ha anunciado que hay tres muertos y dos heridos graves en las inmediaciones del estadio”… El fútbol colombiano maneja los mejores registros de pasión, amor a unas tradiciones y cultura futbolística, pero igualmente, de manera muy repetitiva e histórica, traiciona toda aquella aureola positivista cada vez que grupos de desadaptados utilizan el fútbol como elemento de manifestación para mostrar sus maltrechos comportamientos sociales. Y Bogotá, y Millonarios, y Santa Fe, son habituales protagonistas.
Como Pedro Contreras, un militar retirado que trataba de defender a su hijo de las amenazas de los agresores por vestir una camiseta del rival. Como Déimar Yesid, un joven que perdió la vida cuando se enfrentó a tres seguidores del club vecino en una barriada alejada del estadio pero hasta donde llegaron reyertas juveniles. Como Alan Pérez, muerto en una pelea de madrugada tras ser golpeado por hasta 10 muchachos que vestían la camiseta de la entidad ‘enemiga’. Como tantos y tantos caídos en la malinterpretada lucha entre clubes… Riñas entre grupos rivales, agresiones entre ‘patoteros’ fuera de la ideología futbolística y armas empuñadas por personajes que aparecen en el contexto equivocado. Una escalada interminable e imparable de homicidios, heridos, violencia y extremismo, con la única excusa de priorizar y defender sus colores, sus sentimientos, su valía, ante los que no son semejantes. Y a veces sin derrotas como excusa. Y a veces, sin partidos como explicación. Reactiva la angustia ciudadana, se enciende la alarma de padres, se multiplican los temores a que los muertos nunca terminarán… Las autoridades, tan expuestas como incapaces. Los aficionados respetuosos, tan sorprendidos como temerosos. El fútbol, agotado, absolutamente agotado de quedarse sin argumentos…
Porque es difícil intentar apuntar como culpable al fútbol cuando los homicidios, las escenas sangrientas y los roces constantes, ocurren muy lejos del estadio, en días sin actividad deportiva y casi sin referencias futbolísticas que permitan enfocarlo como protagonista principal. Que un grupo de desadaptados no valore la vida y sea capaz de matar a quien va vestido con camisetas del club que no es el suyo, no puede ser atribuible al fútbol. El deporte rey tiene muchos frentes abiertos de dudosa calificación en diferentes perfiles y sectores, pero ante todo, no genera delincuentes, aunque desgraciadamente, podría decirse que presta alojamiento para que el germen se desarrolle y luego se traslade a otros escenarios con la ayuda que supone la permisividad de las autoridades. Para quien escribe, esos no son hinchas del fútbol. Son simples delincuentes que, en lugar de atreverse a delinquir a gran escala atracando un banco, prefieren aprovechar la cercanía y facilidad del contexto futbolístico, para lucrarse con ganancias millonarias sin trabajar.
Pero no es el fútbol quien levanta violencia, sino sensaciones completamente diferentes, extremas, opuestas y centradas en la alegría, pasión y emoción. Pero en un epicentro de masas, de percepciones y de comportamientos sociales unidos por una causa, hay quien encuentra en la popularidad mundial de la pelota, el icono, el canal y el elemento perfecto para expresar su agresividad. El protocolo es sencillísimo. Sirve comprar una entrada, levantar la bufanda al aire y empezar a apoyar con fervor a quien parece representarte. Cuanta más energía y empeño se muestre, más radical parecerá su devoción. De ahí al jaleo, riñas, roces y peleas, apenas van unos meses. En breve, será miembro de lo que comúnmente en el fútbol de américa y concretamente en el de Colombia, se llama pertenecer a ‘tu grupo’, pertenecer a tu ‘barra’. El siguiente paso será aprovechar la fuera pasional del fútbol y el dinero que es capaz de movilizar, para generar alteraciones en la conducta de quienes apoyan, lo que ya muchos denominan ‘matonismo’. Una vez leí una frase contundente en este sentido: “¿A cuánto cotiza hoy la amenaza…?”. Evidentemente, crece y se multiplica. “Cuanto más duros nos ponemos, más nos dan”, reciclan cada uno de los integrantes violentos que rodean a las barras del fútbol. Es la lógica de los violentos, movida por dividendos obtenidos cuando, quienes les temen, les llaman a dialogar.
Eliminar esa violencia es uno de los grandes retos del fútbol colombiano que, a día de hoy, se muestra incompetente en la dirigencia. El Estado es quien sí tiene las herramientas para hacerlo en base a las fuerzas de seguridad, el Congreso, leyes sancionatorias y justicia. Pero también, desde luego, a los dirigentes y a la federación, que pueden apuntalar colaboraciones al efecto. Es más, hasta los periodistas debemos poner nuestro porcentaje de ayuda en ese intento de cambio. Ese giro debe crearse con un trabajado entorno de concienciación de paz en los estadios y alrededores. El fútbol es de sus hinchas pacíficos. El fútbol es de todos los que lo queremos. El fútbol ya dijo “Basta”.
03Padre Alirio: “Goles en Paz”
Él mismo preparaba pelotas con celo, las destrozaba en las calles de su barrio y las rediseñaba con los años cuando la llamada de Dios apareció en su vida. El seminario ofreció su versión más comodín, pues le daba igual ser arquero que defensa, porque sudaba y daba lo mejor de sí mismo. Y a quien no se deja nada en cada jugada, no se le puede exigir más. Fundó su propia escuela de fútbol y hoy sigue en activo. Hincha de Millonarios desde que era un crío, sin ocultarlo, accedió cada vez pudo a El Campín. Y cuando no le fue posible, lo vivió sin parar desde la distancia. Pero hace muchos años que al Monseñor-Padre Alirio le devoraba un sentimiento interior, el de un fútbol anestesiado, testigo de crímenes y golpeado por quienes pretenden aprovecharlo para sacar su violencia a relucir. Cansado de muertes absurdas y de contextos violentos donde debería reinar la paz, el fútbol le pidió ayuda y él, con sus propias manos, se la ofreció.
Goles en Paz fue un programa creado por La Secretaria de Gobierno de la Alcaldía Mayor de Bogotá, el programa para la Vida Sagrada, El Instituto Distrital para la Recreación, Deporte y la Policía Metropolitana, los clubes Deportivos y un grupo de 20 personas. El líder, el que dio forma a la idea y el que la engendró con el propósito de reducir los grandes índices de violencia que sufre Bogotá por culpa de las mal llamadas “Barras Bravas”, fue Alirio. “Es producto de la intolerancia, de la crisis e inversión de valores. Estamos acabando con el fútbol. Son unos pocos, desafortunadamente, que se camuflan en unas camisetas y que van destruyendo y acabando los sueños y las esperanzas de buenos hinchas, de muchachos, quienes son enfrentados por llevar una camiseta”, recalca.
¿Cómo reducir a quien no quiere? Alirio buscaba el descenso de estos índices violentos fomentando buena educación desde muy temprana edad, mostrándoles el valor que tiene la vida de otros y el sentido de pertenencia hacia los demás. Se basó en sus creencias, en su pasión hacia la pelota y en cómo el deporte ofrece una larga serie de alternativas positivas completamente alejadas de lo mundano. Realizó cientos de torneos de fútbol con algunos hinchas que pertenecen a barras bravas de equipos bogotanos (también de todo el país) e interfirió en charlas, reuniones y debates entre los ‘Comandos Azules’ de Millonarios de Bogotá, la ‘Guardia Roja’ del equipo Independiente Santa Fe, e hinchas de ‘Los del Sur’, de Atlético Nacional. Todo, no solo en un contexto sano y pacificador, sino que concienció a miles hasta el punto de ser capaz de retirarles armas, influenciar hacia sus familiares para romper vicios de drogadicción-alcoholismo-violencia y mejorar la calidad de vida de familias donde el ‘barrismo’ estaba destrozando a diario una conducta civilizada.
Decidió generar espacios para trabajar en programas de convivencia, de liderazgo, de música, de encuentros deportivos entre los líderes o entre las barras. Durante más de ocho largos años, desde 2000 hasta 2009, participaron casi 10.000 personas para crear una cultura diferente de fútbol y “acabar con eso de barras bravas para comenzar a trabajar por ‘barras futboleras’ o ‘barras populares’”. Hoy, alejado del programa por sus obligaciones religiosas y laborales, sigue siendo el patrón al que todos miran cuando las conductas agresivas recuperan protagonismo. Y hoy, sigue siendo el analista número 1 para abordar el tema del barrismo y esa otra cara del fútbol que nadie quiere tener que comentar en Colombia.
¿Qué relación tiene el Padre Alirio con el fútbol?
El fútbol para mí es un arte, es expresión de lo que significa el lenguaje corporal, en su expresión, presencia y comunicación. Veo un espacio maravilloso para construir país, ciudad, localidad, integración familiar, pero ante todo para desarrollar habilidades en el niño o niña. ¡Qué bello sería formar en el fútbol para crear puentes y no fronteras invisibles de odios y resentimientos! Me gusta sentarme en una gramilla, reconocer que es sagrada y que cada estadio es un templo del espectáculo más maravilloso: el fútbol.
¿Jugó usted al fútbol cuando era más joven?
Sí, mucho y desde pequeño, con pelotas hechas de papel bien presionado y sellado con cinta. Jugué mucho en las calles asfaltadas o pedregosas de mi barrio. Cuando era lobato en el mundo del escultismo, lo practicaba. Fui portero en mi primaria, en el bachillerato defensa centro, (un poco sucio y frentero), pero la sudaba y daba lo mejor de sí. En el seminario, fui arquero, defensa centro, y definíamos muy bien. Ya como sacerdote para integrar jóvenes en las diferentes parroquias, organizaba campeonatos de micro-futbol, jugaba fútbol cinco,… Algunas lesiones, por jugar fuerte, pero todo bien. Fundé una escuela de fútbol cuando era rector de colegio y hoy, después de tanto tiempo, celebrábamos los 23 años de la misma. Está dirigida por el profesor Domingo Poveda e inscrita en la Liga de Fútbol de Bogotá. Se llama: ESCUELA DE FÚBOL, PALA (Padre Alirio López Aguilera). Ha participado en campeonatos de liga, obteniendo algunos premios. Ha viajado a Argentina participando en el campeonato de Mar de Plata y Necochea. Allí obtuvo el subcampeonato en la categoría sub-15. La escuela tiene 130 alumnos desde los 5 años hasta los 18 años, participando en todas las categorías.
¿Le gusta algún equipo en especial?
Sí, Millonarios, el equipo con más estrellas en Colombia. Hoy estamos pasando por una racha de sufrimiento por la poca productividad y competitividad del mismo. Pero uno en la vida puede cambiar de cualquier cosa menos de equipo de fútbol. Y a nivel internacional, del Real Madrid, orando ahora nuestra gran representación con James Rodríguez.
¿Tiene el fútbol colombiano personajes peligrosos por violentos?
Sí, muchos, especialmente líderes negativos. Algunos de ellos proceden de las mal llamadas barras bravas y miembros de los diferentes parches. Que no saben de fútbol en paz y creen que sembrando el temor en los aficionados pacíficos, pueden lograr sus objetivos. Claro que esto, pese a todo, ha mejorado a comparación de los años 80 y 90. Poco a poco, a través de sanciones sociales y morales, y penalizando comportamientos, se ha logrado apaciguar y pacificar mucho. Falta bastante, pero ante la ausencia de políticas públicas en favor de la juventud y especialmente en el sector de los hinchas, Se ha trabajado por un barrismo futbolero o barras populares con productividad y oportunidades de vida. Es un proceso lentísimo pero con sentido de pertenencia de unos y de otros. Todo para salvar el fútbol ante tanta violencia, no solamente en Colombia. La meta es alcanzar a que cada estadio del mundo sea un territorio de paz y de vida sagrada.
¿Cómo se puede explicar la muerte de un hincha en manos de otro hincha en un estadio de fútbol?
No tiene explicación. Nunca jamás. Es la primacía de los odios, de la pasión mal asumida, mal entendida, de la primacía de un color de camiseta o de un equipo sobre el valor sagrado de lo que significa la vida. Ningún estadio, ninguna gramilla, ninguna gradería, debe ser manchada por sangre inocente. Todo hincha es mi hermano, todo hincha es mi amigo y todo hincha debe ser responsable de todo hincha. Dios quiera que esto se logre algún día. Tolerancia y aguante.
¿Qué explica la aparición de estos personajes?
Sin llegar a justificar ningún acto de violencia, creo, y así lo he estudiado, que el maltratado de ayer es mal tratante consigo mismo y con los demás. Hay muchos factores que generan violencia: Falta de cultura, deserción escolar, falta de oportunidades, violencia intrafamiliar, farmacodependencia, alcohol, Intolerancia… Además que decir que no hay caracterización de las barras, por ende se sigue especulando sobre pobreza. Pobre no es igual a violento. Es una asociación nefasta porque ni los violentos son todos pobres, ni los pobres son violentos. Hay que trabajar en programas de convivencia y autorregulación.
¿Cómo se controla a estos personajes desde un club de fútbol o desde el Gobierno?
Formando en liderazgo, capacitación, trabajo en pymes o pequeñas empresas. Así lo viví cuando se trabajó en el programa de ‘pandillismo’. Fue un proceso largo, pero después con excelentes resultados. Además se llevó a la televisión, con más de 400 programas y los muchachos y muchachas terminaron como actores de buenas series merced a aquellos avances. Se ganaron la vida por esos aportes que desconocían de su personalidad y capacidad humana. Trabajando desde la familia y el colegio en una nueva cultura del barrismo. Los equipos tienen una sagrada responsabilidad y está en apoyar todo programa de promoción integral de los jóvenes barristas, que en últimas le han aportado mucho al acompañamiento del equipo. Deben invertir en formación escolar, deporte y terapias de desintoxicación en el problema de las drogas. El gobierno debe crear comités serios y responsables con inversión social para estos jóvenes. Y desafortunadamente cuando hay que aplicar la ley y penalizar severamente, hay que hacerlo.
¿En qué momento usted siente que debe aportar para ayudar a eliminar esas conductas en los estadios de fútbol?
Cuando veía en los medios de comunicación los desastres que deja la violencia y muy comúnmente los atentados contra la infraestructura de la ciudad, sufría. Sufría viendo cómo antes de un partido, fuer clásico, fuera de clase b o hasta de clase c, había violencia y enfrentamientos durante y después del partido. Malo si se perdía, se empataba o se ganaba. En el año 2000 me llamó el Alcalde Antanas, conocido por su cultura ciudadana, y me pidió colaborarle, en programas de vida sagrada, desarme y fútbol. Así, inicie una experiencia maravillosa, Goles en Paz y en esa línea, el desarme ciudadano o la entrega voluntaria de armas de fuego.
¿Qué organización o labor creó usted?
El Programa Goles en Paz se inicia en el 2000 ante la necesidad de intervenir los estadios. Se comenzó en Bogotá, que fue la ciudad de la iniciativa, y se siguió la siguiente estructura, siempre acompañado de disciplina, orden y escucha.
1: Acercamiento con los Líderes de las diferentes barras.
2: Organizar reuniones y crear el comité de seguridad, integrado por Gobierno, Policía, Alcaldía Local, Personería, Líderes de las Barras, representante de las barras Organizadas, representantes de los Equipos, logística, Cruz Roja, secretaria del deporte, de Salud, …
3: Se creó el primer protocolo de Goles en Paz, (manejo de barras,). Bajo tres aspectos: Auto-control, hospitalidad y creatividad.
Funcionó hasta el 2009, hasta que llegó una nueva administración muy “creativa” y acabó con todo el proceso y logros que se había alcanzado.
Durante este tiempo, se organizaron las siguientes actividades.
1: Torneo de Fútbol de Salón y Copa Goles en Paz con más de 2.239 participantes.
2: Pactos de Convivencia celebrados en localidades diferentes en todo el país.
3: Talleres de música, con barras de Millonarios y Santa Fé. Participación de 400 integrantes.
4: Talleres de liderazgo.
5: Clásico de la Paz, con más de 18.000 hinchas en las gradas y logrando que todos tuvieran la camiseta blanca.
6: Foro Académico “Fútbol-Vida qué buena jugada”, con más de 250 participantes.
7: Se creó el Semillero ‘Goles en Paz’, con niños de localidades diferentes con una participación de 9000 niños y niñas. Asistían por grupos a los diferentes partidos generando una nueva cultura de barrismo.
8: Durante la copa Mustang 2 se realizó acompañamiento a 10 partidos fuera de Bogotá, Desplazamientos a otras ciudades. Generando un clima de paz y de respeto dentro del marco de la hospitalidad.
9: Para Goles en Paz fue muy importante realizar trabajo de campo en países como Chile y Argentina, donde entrevistando a barristas y académicos, puedo concluir que lo hecho en Bogotá se constituyó como un modelo para el mundo.
10: Desafortunadamente lo bueno no perdura para los políticos de turno. Este trabajo no da votos y se descuida. Así sucedió.
. ¿Le ordenó la iglesia intervenir o fue decisión suya personal?
Fue decisión personal consultada a la Iglesia y a mis superiores, y con el visto bueno de ellos se trabajó en esta gran aventura de hacer vida lo imposible para muchos, tratar de ver el fútbol y el barrismo desde otra óptica. Hasta que fui nombrado por el Vaticano, el Santo padre, como Capellán Pontificio.
. ¿Cómo se acercaba a los barristas?
Me acercaba en la escucha, paciencia, comprensión de su realidad e historia. Y siempre construyendo proyecto de vida personal.
. ¿Cómo actuaban los barristas ante su presencia?
Bien. Había respeto, me reconocían y me reconocen como el Padre de Goles en Paz. No a todos les gustaba cuando teníamos que sancionar y gracias a un buen equipo de trabajo, jóvenes de ambos sexos y demás, se hizo un trabajo increíble. Hoy todos añoran a Goles en Paz.
¿Quiénes asistían a sus labores en Goles en Paz?
Comités de seguridad, integrantes del protocolo, empresa privada que me colaboraba con refrigerios y repito, una coordinación de 3 colaboradores y 14 gestores de convivencia en diferentes localidades.
¿Qué charlaba con ellos?
Familia, temas de fútbol, de tolerancia, respeto por la vida, ayuda a conseguir empleo, oportunidades de estudio. Éramos caminantes y, compañeros sobre todo, saber escuchar, respetar y enseñarles la solidaridad y la convivencia pacífica.
¿No se atacaban en vuestras reuniones?
Sí, muchas veces se pidió la intervención de la policía y se apaciguaban los ánimos.
¿Cuántas personas y qué entramado global tenían Goles en Paz?
Un equipo coordinador de 3 personas, 14 gestores locales, y los comités de seguridad y líderes de las mal llamadas barras bravas y líderes de barras organizadas. Promedio de 30 a 40 personas.
¿Tenía ayudas del gobierno?
Poca ayuda de la alcaldía, presupuesto pequeño, pero sin corrupción y en la honestidad y trasparencia alcanzaba anualmente lo que se definía en el proyecto. Las ayudas principales llegaban de la gestión con empresa privada e instituciones.
Estaría genial que recordara alguna anécdota de comportamiento de algún barrista…
Claro, muchas. Fue muy emocionante recibir de muchos de ellos armas de fuego. En un Clásico caliente y con cierto temor de agresividad y violencia, hubo un muchacho que en el intermedio del partido, subió a la cabina de sonido, que era mi puesto de mando, y me entregó un arma de fuego me dijo: “Cura, gracias por lo que está haciendo. No me quiero tirar esta vaina (mientras me enseñaba el arma)”. Recuerdo que perdieron el partido, nos reunimos al final y, sin que se enterara la policía, entregué el arma y hablé más tarde con este muchacho para ayudarlo. Otra de las muchas anécdotas fue el haber fundido más de 300.000 armas blancas decomisadas durante algunos años recogidas tanto en el estadio como en diferentes localidades. También otros recuerdos dolorosos, como tener que recoger un muerto en pleno estadio después de un partido, y llorar, llorar ante el dolor de una vida truncada, simple y llanamente por la intolerancia y agresividad de los ‘Caínes’ de todos los tiempos.
Usted que ha tratado con barristas… ¿Por qué se comportan así? ¿Qué perfil tienen?
Desesperanza, son violentos desde sus hogares. Falso Liderazgo. Falta de Oportunidades. Resentimiento Social. Pobre concepto del valor de la vida. Desadaptados muchos de ellos y otros tantos utilizados por los que se llaman capos, o dominadores del parche o de la barra. Muchos con ciertas patologías y bipolaridades. Drogadicción y susencia de lo trascendente en sus vidas.
Siempre argumenta usted que hay que llamarles ‘barras populares’ y no ‘barras bravas’…
Sí, y es muy importante y es grato explicarlo ahora para que en España también se percaten de ello. Llamándolos ‘barras bravas’ alimentamos el ‘ego’ de estos muchachos. En un estadio se refleja la violencia que vive el país. Hay que trabajar por un barrismo futbolero y de convivencia. Hay que enseñarles a saber asumir derrotas como triunfos y empates. Repito, todo desde el hogar, desde la escuela y desde la universidad. El fútbol es de todos. Siempre me he interrogado sobre el papel que desempeñan los medios de comunicación, especialmente los comentaristas deportivos, narradores deportivos, … y ellos, detrás de un micrófono, son generadores de violencia, o de paz, o de convivencia… Cuando en un medio de comunicación televisivo, radial o escrito se habla de ‘Clásico a muerte’, ‘Enfrentamiento’, ‘Dejarlo todo en la cancha’, ‘Duelo de rivalidades’… se están metiendo en el corazón y en la mente de los barristas de manera peligrosa. ¿Qué mensaje les están mandando?
Explique, por favor, algún caso concreto de un chico que sintió que Goles en Paz le cambió la vida y por qué…
Son muchos que dan gracias porque con Goles en Paz se cambió la visión que se tenía del fútbol y de pertenecer a una barra. Hoy muchos trabajan, han organizado sus familias, y un orgullo de todos ellos es que gracias a esos años, muchos hoy son líderes ejemplares de sus barras. Uno de ellos, por ejemplo, sé que intelectualmente es muy dotado, terminó estudiando y hoy va al estadio con otra visión y comportamiento que muestra al resto. Especialmente se ganaron y salvaron muchas vidas.
¿Por qué se terminó su labor junto a Goles en Paz?
La Inteligencia de nuestros “queridos gobernantes de turno”, cuando ven que hay algo un programa funciona, buscan politizarlo y ser creativos. Ese fue el peligro que, en este caso, acabó por eliminarlo.
A nivel global en el mundo contra estos personajes violentos en el fútbol… ¿Qué medidas o soluciones buscaría usted?
Hay que mirar la realidad social, cultural y especialmente la psicología de jugador, del dirigente, del comentarista deportivo, del técnico y del ambiente en el cual se mueven unos y otros. Porque ante todo y para todos, el fútbol es la religión del Siglo XXI, la única que no tiene ateos.
Tomado de http://www.elenganche.es/reportaje/padre-alirio-goles-por-la-paz/
Reportaje y Entrevista: José David López
Edición: Francisco Ortíz y José David López
Ilustraciones: David Rodríguez y Diana Estefania
Fotos: Getty y agencias.
El Enganche-España-2015